50 CLAVOS
Despertó antes del alba de un sobresalto. No sabía a ciencia cierta si había sido un ruido o un mal sueño, el caso es que de pronto se vio sentada en la cama con su mano derecha aferrada al camisón a la altura del pecho.
Se levantó con la intención de beber un poco de agua para remojar la boca tan seca que se le había quedado del susto. Con la bata enguatada echada sobre los hombros se dirigió a la cocina, sin encender luz alguna guiándose por el resplandor de la lámpara de su mesita de noche y la costumbre.
Llegó, bebió y regresó a la habitación. Por el trayecto puso atención al cuarto donde dormía su marido. No compartían cama desde que le habían puesto el aparato ese del oxigeno ya que era imposible pegar ojo a su lado y con esa excusa por fin pudo descansar tranquila. No se oía nada fuera de lo normal.
Todavía pudo dormir unas horas antes de que el sol se colara por la ventana. Sin prisa se desperezó, se vistió y fue al baño a asearse.
La puerta del otro dormitorio seguía cerrada y eso sí que era extraño. Después de desayunar pasaré a llamarlo, pensó para sí. Y eso hizo. Al volver entró sin llamar y al dar al interruptor descubrió lo que la había despertado esa noche: en el suelo yacía inerte el que habia sido su verdugo durante cincuenta años. Cinco décadas de palizas, desprecios y llantos. Se dejó caer en la cama pausadamente y mirándolo le reprochó todo lo que guardaba en sus entrañas.
- Al final te tengo que dar las gracias por irte antes que yo y dejarme disfrutar algo en esta vida, que ya está bien de sufrir. Te has muerto solo, pero mejor de lo que merecías. Que sepas que te voy a poner la caja más barata que haya y da gracias a que pagabas el seguro, si no, mandaba hacerte una de pino y clavaba la tapa con cincuenta clavos, uno por cada año de penas que he tenido. Y de luto no esperes que me ponga, que me voy a comprar toda la ropa de flores y lunares. Por cierto, cuando llegues al infierno dale recuerdos a la víbora de tu madre, ya te tiene para ella sola, aunque sea a la brasa.
Cuando consideró que ya le había dicho todo lo que tenía que decirle, apretó el botón que comunicaba con Teleasistencia.
- ¿En qué puedo ayudarla, María?
- ¡Vengan pronto, creo que mi esposo está muerto!
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