SILENCIO


Cada vez le resultaba más difícil llevar una vida medio normal. A la pérdida auditiva había que añadir ahora la dichosa mascarilla, que le impedía leer los labios de sus interlocutores.

De nada servían los audífonos ante la barrera que oponía esa especie de bozal y el sonido que salia amortiguado, le hacía pedir que le repitieran lo dicho una y otra vez. Algunos se esforzaban por hacerse entender, otros por contra, pareciera que bajaban más el tono, si eso era posible. 

Antes de que le espetaran la dañina frase: ¿es qué estás sorda?, se apresuraba a aclarar su situación y rogaba, suplicaba, que le hablaran más fuerte.

A los sitios importantes necesitaba ir acompañada porque salir igual que entraba no era una opción. 

En las salas de espera se escondía tras el móvil para evitar conversaciones imposibles de seguir, pareciendo arisca y asocial.

Había superado demasiados escollos, soportado burlas y menosprecios. Incluso ya había olvidado algunos sonidos que los aparatos  distorsionaban dándoles un regusto metálico y hueco. Falso.

Así soñaba despierta con escuchar de nuevo las risas de los bebés, el repiqueteo de la lluvia en las noches, el canto de los pájaros y las olas del mar rompiendo en la orilla, y no el pitido continuo que sonaba en su cabeza a modo de recordatorio.  Era el sueño que tenían todos los que como ella, sólo eran dueños de un falso y triste silencio.

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