LA MERIENDA 

El otro día me dice mi hijo:

- No hay nada para merendar.

Y yo me quedo con la boca abierta. "Si el otro día compré en el super galguerías para poner tienda, ¿ya se las han comido estos tragaldabas? 

Me voy a la cocina y ahí estaba el armario hasta los topes. 

-”Mira ”delicao”; tienes galletas María, Campurrianas, bizcochos de soletilla, oreos de esas negras y pienso (copos de avena). Además tienes pan, leche de tres tipos, yogur y fruta. No me digas que no hay ná para merendar que te desheredo, que os habéis puesto muy exquisitos. Verguenza me daría a mí. En mis tiempos cogía media barra de pan y con aceite y azúcar nos poníamos las botas. O con miel de caldera, pa tu madre puñetera. O cogíamos un mendrugo de pan duro y con la leche hacíamos una sopillas. Me dicen a mí que no hay ná. En el mejor de los casos, a primeros de mes, podía entrar en mi casa un bote de leche condensada o Pralín y nos quedábamos en la gloria con esos bocadillos. Y para celebrar algún Santo, compraba mi madre una caja de galletas Cuétara, con sus dos bandejas de pastas diversas que iban mermando paulatinamente conforme le íbamos dando tiento, primero las galletas de chocolate que venían envueltas en sus papales de colores y luego las otras buenas. Dejando para los mayores las de coco y las más sosas. Esos días nos creíamos primos hermanos de Dios. Y me vienes con que no hay nada para merendar. Tenía que venir una época de hambre, que os comíais las piedras” 

Casi sin aire y sofocada perdida acabo mi sermón. Al niño por lo visto se le quitó el hambre y yo me di cuenta como me voy pareciendo cada vez más a mi madre, que me echaba los mismos sermones a mi. Es para no creerlo.

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