SUCEDIÓ EN LA CALAHORRA

Mediaba mayo del año 1930. Doloricas se levantó temprano como cada día. Comió las gachas que Mama Chica había preparado para toda la familia, de la que ya habían dado cuenta los hombres de la casa que habían partido bastante antes para el campo. Como todos los días, la niña se fue a la escuela: era de las pocas afortunadas que no conocía aún el trabajo duro debido a su tierna edad.

Y como siempre, volvió a la casa a la hora de comer. Por la tarde no iba a clase, asi que pasó el tiempo jugando con las vecinas y acompañando a sus hermanas cuando éstas se pusieron a coser sus ajuares en aquella tarde primaveral cada vez más larga.

De pronto, la niña Doloricas cayó redonda al suelo. A los gritos de las mocicas acudió todo el vecindario y se encontraron a la chiquilla  desfallecida y sin dar señales de vida. Por más zarandeos y palmadas que le dieron no volvió en sí.

Diligentes, las vecinas, la metieron en el dormitorio principal. Allí la vistieron con el único vestido decente, el de las fiestas de guardar y la peinaron poniéndole una cinta azul en el pelo. Parecía un ángel con esos cabellos rubios como el oro. Con las mismas, el hermano mayor la colocó encima de la mesa de madera que presidía el portal. Alrededor, los candiles y las palmatorias con sus velas, que alumbraban con esa luz mortecina y triste, rodeaban el lecho fúnebre y las mujeres llenaron el lugar con lamentos y lágrimas. Por el pueblo se corrió rápido la voz y los hombres, cambiada ya la ropa del campo, llegaron a dar compaña mientras fumaban en la calle, al padre y a los hermanos. Entrada ya la noche cesaron los llantos. En esa quietud, Doloricas se levantó de pronto pidiendo un vaso de agua. Aquello fue una estampida general. Las mujeres chillaban y corrían tirando al suelo sillas y rosarios y los varones no atinaban a comprender lo que sucedía, hasta que al fin recuperaron todos la cordura y comprobaron que no era cosa de espíritus, sino que la niña estaba viva y coleando.

Poco se sabía entonces de la catalepsia, pero lo que sí estuvo claro es que a Doloricas no le había llegado su hora ni le llegaría hasta ochenta años después.

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