LA VIUDA
El duelo. Así llaman a ese estado de tristeza, melancolía y soledad que sobreviene a la pérdida de un ser querido. Y al recuerdo.
Ella no reconocía tal vocablo, lo único que sabía es que la casa estaba vacía sin él. Que en su cama se había asentado un frío insufrible y que sus oídos sólo escuchaban un pitido sordo y continuo: el sonido del silencio.
¿Cómo una persona tan pequeña como su Manuel podía haber dejado un vacío tan grande? Quería creer que Dios se lo había llevado porque era su designio, que le había llegado su hora… pero no le servía de consuelo.
Durante el día ocupaba su tiempo en los quehaceres de la casa, que consistían en limpiar sobre limpio, y sólo así colocaba la mente en un lugar seguro. Pero en las noches, cuando la oscuridad se colaba por las rendijas de las ventanas, de las puertas y del propio corazón, se le venía la casa encima.
Ni ganas de comer tenía. Cualquier cosa era buena para engañar al estómago y su existencia se había tornado en mera supervivencia. Sólo ese primitivo instinto le permitía enjugar las lágrimas y recordar que la vida, a pesar de todo o gracias a todo, era amable y que mientras latía el corazón había que seguir adelante, acompañada o sola, pero nunca rendirse.
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