SUEÑOS ROTOS 

Lleva ya bastantes horas en pie. Desde que se levantó para prepararle el desayuno al marido no ha parado de trajinar.

De fondo se oye la radio; le da compañía todas las mañanas, la entretiene más que la televisión, donde solo echan basura. 

Las niñas ya volaron del nido, dejándolo tan vacío como su corazón. De la mayor recibe una llamada a la semana, aunque desde que aprendió a usar el móvil nuevo y moderno que le regalaron la ve de vez en cuando por videollamada y parece que la distancia y el tiempo se acortan. 

La pequeña le trajo como obsequio un nieto del que se tiene que hacer cargo todas las tardes, que, aún sin fuerzas, acepta gustosa por las sonrisas que consigue sacarle. 

Suena una canción que la transporta a una época feliz,  ya lejana. Sube el volumen y la canta. La recuerda toda: “ Bailar de lejos no es bailar, es como estar bailando solo…”

Ella sí que baila sola. Tantos sueños enquistados en su alma.

Cuando se casó con su Juan lo hizo convencida de que ese sentimiento tan puro y fuerte duraría por siempre a pesar de que él le sacaba algunos años y llevaba más vida corrida; todo fuera por adquirir la libertad de la que no gozaba en su casa.

Tres décadas después comprendía que había sido una ilusa. Presa entre esas paredes, saco de boxeo de frustraciones ajenas. Desgastada, consumida y anulada como persona, no digamos ya como mujer.

“ Bailar pegados es bailar, es bailar…”

Los pitidos que avisan de las dos en punto la sacan de su ensimismamiento. Se seca las lágrimas con la punta del delantal y se dirige a la cocina para terminar la comida, no vaya a ser que llegue él y se encuentre sin estar la mesa puesta.

Suspira y traga. Soñar siempre ha sido gratis.

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