LA NOCHEVIEJA DE LOS POBRES 

- Niña, coge dos racimos de los que hay colgados y quítales las uvas feas. Luego las contamos.

La niña, obediente, fue al último cuarto de la cueva que hacía las veces de despensa. Del techo, lleno de ganchos, colgaban melones, caquis, peras de invierno y uvas.

En el suelo, amontonadas en el rincón, las patatas cubiertas de polvo blanco para que no les salieran tallos y en cajas de lamas de madera, las cebollas y los ajos iban mermando su volumen conforme avanzaba la época fría.

Todo ello gracias al pequeño trozo de tierra que poseían: el plato de comida al menos no faltaba en la mesa. 

Esa noche especial de Nochevieja se celebraba como cualquier otra del año. No estaba la vida para muchos dispendios, así que la cena consistía en riñones aderezados en vino, (de los cerdos que días antes habían sacrificado), butifarra y una ensalada de patatas cocidas, atún y huevo.

A los niños no les hacía mucha gracia el menú, pero no había otra, por lo que a base de pan fueron tragando las vísceras que no les sabían a nada bueno.

- ¡Encima de pobres, delicaos! -refunfuñaba la abuela.

Tras limpiar el hule, la bandeja ovalada de aluminio, con los pocos mantecados que quedaban, presidió la mesa y pronto dieron fin a los dulces.

Para las once y media todos tenían delante la docena de uvas en cestillas de papel de aluminio. Algunos las pelaron y quitaron las pepitas.

Ya se acercaba la medianoche; frente al televisor en blanco y negro, la familia prestaba atención a las instrucciones que cada año daba el padre.

- Todavia no, que son los cuartos. ¡Ahora!

Entre risas y toses dieron la bienvenida a 1985.

El mayor lujo de la velada, era la botella de sidra "El gaitero" que los dos hermanos se disputaban por abrir. En la mente de todos, el deseo de que el año que comenzaba fuera más próspero que el que finalizaban

De ilusión también se vive.

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