SAN BLAS (1986)
Iban a dar las cuatro y media de la tarde y la placeta de Santo Domingo bullía de gente. El ambiente ya estaba cargado del olor a cera derretida y aún no había salido el Santo a la calle.
La mayoría de la concurrencia eran madres con su prole, por lo que los gritos de la chiquillería resonaban en la plaza pero no como ruido molesto, sino más bien alegre y jovial.
Algunas mujeres de más edad quemaban ya las velas, formando riachuelos de cera líquida que corrían cuesta abajo y que en pocas horas se convertirían en una costra difícil de eliminar.
- Mama, ¿no te puedes esperar a que salga la procesión para encender las dichosas velas?
- Claro, para que luego se queden enteras y las venda el cura. Tengo promesa de quemar seis velas a San Blas para que nos libre la garganta y eso estoy haciendo.
- Pa ti el duro -le respondía la hija dejando como imposible a la madre, que todos los años hacía lo mismo.
Las andas ya estaban en la puerta de la Iglesia. Todos, grandes y chicos, comenzaron a andar detrás, sin orden ni concierto. Las madres hablaban entre sí mientras los niños, haciendo corros aquí y allá, jugaban con dejar caer las gotas calientes en la palma de su manos a ver quien aguantaba más o con los mecheros o cerillas, encendiendo las velas que con el viento se apagaban de continuo.
- Niño -decía una mujer apagando un trozo de papel ardiendo- te vas a mear en la cama como sigas jugando con la lumbre.
Más de un pequeñuelo se llevaba un coscorrón por manchar de cera el abrigo de la señora que tenían delante.
Y en estas que llegaban al mismo lugar de donde salieron un rato antes. Ahora eran muchas más personas las que quemaban las velas hasta dejar cuatro dedos de las mismas; había hecho mucho aire y no iban a dejar en el cajón dispuesto para ello, las velas enteras.
Como colofón a la tarde, los niños se agolpaban alrededor de los kioscos de los turroneros, donde además de comprarle un par de trozos de turrón al padre que todavía trabajaba a esas horas, se llevaban las manzanas de caramelo con las que soñaban de año en año.
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