EL TOMILLO ETERNO


Cuenta mi padre, ya octogenario, que también le contaba el suyo, que la gran mata de tomillo que corona el cerro que vemos desde nuestras casas lleva ahí desde que se acuerdan, lo que significa que ya estaba crecido cuando España perdió Cuba.

Desde su mirador privilegiado tiene una de las vistas más maravillosas del mundo.

A sus espaldas sale el sol que recorta las siluetas de la Alcazaba y la Catedral y alumbra con su luz mágica los cerros de arcilla y al frente, el barrio de las Cuevas al completo, con sus fachadas encaladas, sus blancas chimeneas, los parrales y las higueras y que va desde el barranco de Fuente Mejías hasta el cerro de la Escalera, pasando por Cañadas y Veredas.

A sus pies ha visto crecer y desaparecer varias generaciones de hombres y mujeres humildes:  sirvientas, lavanderas,  agricultores, pastores, alfareros…

Los Trillos, los Chuscas, La Pimpoya, los Huetes, los Trastornos, los Parrillas, los Pacheches, los Atanasios, los Ferrones, los Borreguillos, el Follares, el Tono, los Torres, el Perlas, Martín el de la Alfarería, luego Pepe Balboa, Jesús el Sillero, Fefa La Cagabalas... y así seguiría una lista tan larga como sus raíces, que llegan hasta el pie del cerro.

Ese tomillo vio varias dictaduras, la Guerra, la época del hambre y la Democracia. Sobrevivió a sequías y nevadas. Ahora, desde allá arriba, contempla cables, antenas, dejadez por los que lo desprecian y teme el fin de este barrio que alimenta su existir.

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