LA FERIA EN LOS 80

 

         La estampa era digna de ver. Por la calle San Miguel bajaba la familia al completo: el matrimonio con sus tres pipiolos y la abuela, que, dejando por un rato y por la insistencia de los nietos, el luto y el duelo eterno que arrastraba desde que enviudó, se había animado a salir.

        Iban a la feria hechos un pincel. Los chiquillos con sus pantalones cortos de pinzas y sus camisas de cuadritos metidas por dentro, que los faldones sueltos no quedaban bien. La niña, con un vestido estampado de flores con el cuerpo bordado de panal. Todos con los calcetines blancos calados de algodón por encima del tobillo. La mujer y la madre caminaban cogidas del brazo. Iban hablando de los años que la mayor llevaba sin bajar a la feria y las pocas ganas que tenía.

       Llegaron a los Cruces y se encaminaron a los bajos del edificio Accisol donde tenían puesta la caseta los Romacho. Se tomaron una bebida y unos pinchitos casi sin masticar porque los niños tenían prisa por subirse a los cacharricos.

Como el presupuesto era el que era y no había para más, sólo podían permitirse un viaje cada uno. Los dos pequeños se subieron al Scalextric, en el camión de bomberos con su sirena y la mayor prefirió ir a la Ola, donde pilló un mareo que casi le hace echar la Mirinda que se había  tomado un rato antes.

      Dieron un lento paseo para ver el ferial y encontrarse con muchos conocidos. En el camión del vino dulce, unos muñecos casi de tamaño real representaban una escena graciosa bebiendo vino del tonel puesto el personaje gordito panza arriba. Los niños no dejaban de mirarlos mientras se comían el barquillo. Ese barquillo que les correspondía a los padres y que se quitaban de su boca prácticamente para dárselos a ellos. Después de dar unas vueltas salieron a la calle del Hogar.

Decenas de puestos de juguetes, bisutería, tómbolas, etc. llenaban el espacio.

Fueron directamente al tenderete de los turrones. Los chiquillos sólo querían la cámara de fotos, esa que al apretar el botón saltaba el muelle con un muñeco blanco y un bote de hacer pompas de jabón. Los mayores se compraron un paquetito de almendras de turrón blando y comiéndoselas tan felices por el camino de vuelta a la cueva, dieron fin a la noche de feria.

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL CURA DE LAS CUEVAS (1968)

¿DÓNDE ESTÁS, AMOR?

SOY MÁS DE LAS CUEVAS