ADVIENTO


Arrancábamos con alegría la hoja de noviembre del calendario gigante con la publicidad de la Caja de Ahorros que ocupaba media pared.

Creíamos entender que era el pistoletazo de salida hacia la Navidad el ver Diciembre en letras rojas y mayúsculas. Una invitación a preparar las cuatro bolas y el pino cuanto antes. Pero la abuela, arrastrando el luto eterno por un familiar u otro y con pocas ganas de fiesta, nos frenaba en seco.

"Todavía faltan ocho días. Ya lo dice el refrán,  De la Purísima a San Antón, Pascuas son”

No tocaba sino esperar.

A la semana ya teníamos a mi padre frito para que nos cortara la rama de pino.

Por no oírnos más, salió con su hacha y cortó una de las ramas bajas y no demasiado grande del pino de la entrada a la placeta y nos ayudó a ponerla en un cubo lleno de arena, manteniéndose equilibrada a duras penas. Colocamos el arbolillo en una esquina del portal; antes se ponía en la salita, pero con lo que creció la familia, o salía un niño o el pino, y así se hizo.

Tardó mi madre en dar con el sitio donde guardaba los adornos, con tanto esconder los mantecados se olvidaba de donde ponía  otras cosas, pero, una vez que dio con la bolsa, ya fue coser y cantar.

Un puñado de cintas de espumillón, cada año más peladas que el cuello de un pavo y unas bolas de colores, descascarilladas y casi sin brillo, adornaron el árbol.

Como nacimiento, un portal de panel que hice de marquetería en el colegio con su cinco figuras y en la salita, otras tantas cintas brillantes cruzando en diagonal el techo de la habitación y una dorada, la más nueva, rodeando el cuadro de la Virgen de Gracia.

Este rato, todos de aquí para allá, en un dame eso y toma aquello, haciendo malabares en las sillas de enea, era mágico. Hasta la abuela colocaba algunas bolas y se olvidaba de las penas por unos instantes.

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