FRÍO
El día amanece frío. Se nota en el agua condensada en las ventanas y en el frescor del suelo. También se siente en el ánimo, en las pocas ganas de salir fuera y enfrentarse a las bajas temperaturas, con lo bien que se está bajo el abrazo de las sábanas.
Conforme los primeros rayos de sol acarician la tierra, el hielo caído sobre las hierbas, tejados y coches, desprende chispas brillantes. Pero para frío, el de antes.
Los cueveros no podíamos quejarnos mucho; la calidez de los cerros nos hacía la vida más llevadera, pero salir fuera hace cuatro décadas se las traía.
El agua se cuajaba en los cubos en capas de hielo de un dedo de espesor y la ropa tendida para secar la víspera, amanecía tiesa como para quedarse de pie.
Partíamos al colegio rígidos como los caballeros de la Edad Media con armaduras, de tantas capas de ropa superpuestas. Llevábamos sobre el cuerpo la camiseta, después la "espumilla", también llamada cuello cisne, que nos apretaba tanto que para quitárnosla casi nos arrancaba las orejas, luego el jersey de lana recia tejido por nuestras madres, al igual que el pasamontañas, que únicamente nos dejaba los ojos al aire; a mí ni eso, sólo se me veían las gafas empañadas que provocaban que fuera casi a tientas. Algunos llevaban chaquetón o un poncho y otros con menos suerte, nada. Unas manoplas hechas con restos de lana de mil colores completaban la parte superior del atuendo. Abajo era otra historia: muchas veces, bajo el pantalón de pana, iba el del pijama o unos leotardos. Ni el calzado ni la calidad de los tejidos aliviaban el sufrimiento del gélido invierno. Los sabañones hacían su aparición en las manos, los pies y las orejas, provocando un picor inaguantable. Y cuando llegábamos a casa, sólo contábamos con el brasero de picón y la bolsa de agua caliente que medio nos calentaban los huesos y las escasas carnes.
Y así durante unos cuantos meses, en los cuales hacía su presentación la deseada nieve en varias ocasiones, hasta una cuarta de espesor y que al derretirse durante el día y volver a congelarse en las noches, formaban chupones de hielo considerables en los aleros de los tejados.
Ahora no es para tanto y aún nos quejamos.
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