DOMINGO DE RAMOS (1983)

Amaneció un día espléndido. El sol ya se adivinaba tras los cerros y un cielo azul, algo violeta por el horizonte, ofrecía una imagen casi de postal, perfecta para ese primer domingo de primavera.Desde bien temprano la casa bullía: la madre planchando ropa, el padre echándole de comer a los animales y la chiquillería, de aquí para allá, aún con los pijamas puestos, pues se vestirían a última hora para evitar manchar el único hato nuevo.Tanto los mayores como los niños estrenarían algo, ya que era de mal agüero no hacerlo ese día, como bien avisaba el refrán: “En Domingo de Ramos, el que no estrena ná, se queda sin manos”. El padre, camisa nueva, los niños, los pantalones cortos color beige que les hizo la madre, la niña, más presumida que los hermanos, un vestido floreado de mangas de farol y la madre, sólo unas medias, no había para mucho dispendio.

Tirad a la pila y lavaos la cara -les dijo.

Obedecieron a regañadientes y volvieron a entrar en la casa corriendo.

¡Mamá, vamos, que ya se oyen los tambores!
Todavia no es la hora, eso es que está llegando la banda a la iglesia.

Pero ya era imposible sujetarlos. Se vistieron más rápido que los días de colegio, la niña refunfuñando porque no quería ponerse la rebeca de lana que impediría el lucimiento del vestido.Una vez arreglados, con la raya del pelo bien hecha, se sentaron en las sillas del portal mientras los padres terminaban de arreglarse, bajo amenaza de que si se manchaban, se quedaban sin procesión.Al poco, bajaban los cinco por el Cajellón de los Pimentillos, junto a otras muchas familias como ellos, de punta en blanco y a cuatro pies, con el sonido de la Banda cada vez más cercana.En la puerta del colegio se encontraron los primeros penitentes, con las capas rojas ondeando al viento y las túnicas celestes como el cielo accitano. En sus manos, las palmas que oscilaban de un lado a otro y los hebreos con la rama de olivo.

¡Papá, dame un duro, que ya vienen pidiendo!

Y el padre sacó del monedero tres monedas para que cada uno le echara la limosna al penitente de la bolsa.Entonces, bajo el tilo centenario,, apareció Jesús triunfante encima de la Borriquilla y todas las miradas, de grandes y pequeños se dirigieron a ese rostro tan bello. Ya había comenzado la Semana Santa.

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL CURA DE LAS CUEVAS (1968)

¿DÓNDE ESTÁS, AMOR?

SOY MÁS DE LAS CUEVAS