LUNES DE MISERICORDIA

 La noche es fría y lluviosa. Bastante fría para esta época de primavera. La gente de allí abajo, que es como los llamamos los de aquí arriba, suben en masa a la Ermita Nueva.Muchos son casi niños que, con la excusa de ir a ver a la procesión del Cristo, consiguen el permiso para llegar tarde a casa: ”Hasta que se encierre el Santo, mamá”.

Caminan cuesta arriba en bandada. Grupos aquí y allá hablando fuerte. Llegando por los Lavaderos, las luces de las farolas se apagan de pronto y las mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, se agarran del bracete entre risas nerviosas y susurros.

En la Plaza del Padre Poveda no cabe un alfiler. Las puertas del templo se abren y cuatro tambores roncos rasgan el silencio de la noche con su redoble monótono, avisando del inicio de la marcha.Los contornos de los cerros apenas se perciben con la luz de la luna, casi llena pero cubierta por nubes y las filas de penitentes negros van avanzando por las calles del barrio de las Cuevas, con su farolillo casi a ras del suelo, alumbrando el camino.

Enfilando la Cañada de Perales, la lluvia cae como lágrimas de Misericordia y aparecen las almenas de la Alcazaba iluminadas para guiar esos pasos racheados de los portadores.La gente aligera el paso recortando camino por la Solana de Santiago con la intención de llegar pronto a la Placeta del Apóstol y coger un buen lugar. Ya casi no hay sitio. Sexta Estación: “ La Verónica enjuga el rostro de Jesús”.

Una mecha se mueve bajo el Balcón de Peñaflor, y en un instante, una cascada de lágrimas incandescentes acompañan al paso de la Cruz en su descenso pausado.La lluvia da tregua y las puertas de la Catedral se abren como cada corazón, y por un instante, hacen que broten las palabras, “Señor pequé, tened piedad y Misericordia de mí”

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