NOCHEBUENA EN LAS CUEVAS
A pesar del cielo azul sin mancha alguna, hacía una rasca que pelaba. En la umbría, el cubo de lata del pozo tenía en su superficie una fina capa de hielo que aún no se había fundido.
Era el momento de darle muerte al pollo, el más hermoso del corral, que picoteaba el suelo, pobre inocente, sin saber que iba a servir de cena a la familia que lo había cebado. A mediodía le llegó su triste hora.
Las mujeres de la casa se afanaban en preparar la comida y cena de Nochebuena, mientras los chiquillos, jugaban al escondite, a bote o a quemar palillos en el brasero de picón, que se estaba encendiendo en la placeta.
- ¡Dejad la lumbre, que os vais a mear en la cama!
Anocheció pronto. Frente a la televisión en blanco y negro estaba sentada toda la familia: el matrimonio, cuatro niños y la abuela.
La cena tenía como único y principal plato el pollo bien frito con ajos, que duró un suspiro. Los platos quedaron limpios pues con pan rebañaron el rico aceite que quedaba en su fondo. Ese día especial, el vino para los mayores y la Mirinda de naranja para los críos, sustituyó al agua del grifo
Una vez recogida la mesa, la bandeja de aluminio ovalada ocupó el centro y los mantecados que llevaba duraron menos aún que el ave.
La madre partió con las manos el turrón duro en trozos irregulares que comieron los que tenían buenos dientes; para la abuela, el tierno.
- ¡Niños, callad que va a hablar el Rey!
Mientras se escuchaba el mensaje del monarca, las panderetas, la guitarra y la botella de anís aparecieron por la puerta para poner la música a la velada.
Con la Marimorena, los peces bebiendo y andando la burra hacia Belén, dieron las doce, la hora de la Misa del Gallo.
Las mujeres y los niños se encaminaron hacia la Iglesia; ellas con las tocas de lana sobre los hombros cubriéndose la boca y los críos con unas bufandas que dejaban pasar el vaho como si estuvieran fumando.
En la Ermita Nueva, donde tiene su hogar la Virgen de Gracia, se encontraba todo el barrio y al compás de los sones de la Rondalla, se iban dirigiendo en fila hacia el altar, donde don Rafael portaba en sus brazos la figura del Niño Dios recién nacido, con su piernecilla levantada para que los vecinos de las Cuevas se la besaran.
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