EL CHAVICO DE LA SANTA CRUZ (1914)

- Fefa, para mañana por la tarde no te busques ocupación, que vamos a pedir el chavico.

- Mañana tenemos que ir a la Ermita. ¿Se te ha olvidado que Don Serafín no nos deja hacer la Primera Comunión si no vamos todas las tardes a las Flores?

- A esa hora ya estamos apañadas, además, para mí es la Segunda Comunión -dijo Rosario con guasa.

Y es que Rosario ya había comulgado por primera vez el año anterior, pero al cambiar de cura pensó en tomar el Sacramento otra vez y así desayunar gratis, como se estilaba, ya que invitaban a los niños que hacían la Primera Comunión a chocolate con buñuelos, lujo que no podía permitirse en su humilde hogar.

        Aquella mañana del 3 de mayo, después de llenar los cántaros de agua, hacer las camas, limpiar los orinales y fregar, rodillas en tierra, los suelos de cemento pulido de sus respectivas cuevas, se dedicaron a fabricar su particular Cruz. Para ello cogieron una rama de un almendro tierno que crecía libre a la orilla del barranco; la partieron en cuatro y cruzando dos palos y atándoles una guita, tuvieron su bonita Cruz.

- Ahora sólo falta ponerle la estampica.

Fefa sacó dos estampas, con los bordes más que gastados, que había encontrado en el tabaque de la costura de su madre. Eran de Santa Rita, una, y la otra de San Torcuato y las pusieron en el centro de la Cruz.

Con las mismas, las dos amigas comenzaron su colecta.

- “Un chavico pa la Santa Cruz”- decían poniéndoles delante el crucifijo.

Pero las familias de este barrio, tan pobres como ellas, poca limosna aportaban.

Rosario, más resuelta que Fefa, tuvo una idea.

- Nos vamos a dejar caer por el Casino. Los señoricos llevan los bolsillos llenos para jugar y seguro que algo pillamos.

- Yo ahi no entro -dijo la otra.

- Tú entras.

Y vaya que si entró. De un empujón se vio al pie de la escalera de mármol blanco que subía a las salas superiores.

- Pon cara de lástima. Venga, a pedir el Chavico. “Un chavico pa la Santa Cruz”

Así, de mesa en mesa, de corro en corro, las dos niñas consiguieron unos cuantos reales que les servirían para comprar la tela para su vestido de Comunión. 

Corriendo si había que correr, siempre cuesta arriba, llegaron a la Ermita justo cuando don Serafín subía al púlpito y las niñas y mujeres entonaban con voces alegres.

“Venid y vamos todos, 

con flores a María, 

con flores a María, 

que Madre nuestra es”

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