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EL CHAVICO DE LA SANTA CRUZ (1914)

- Fefa, para mañana por la tarde no te busques ocupación, que vamos a pedir el chavico. - Mañana tenemos que ir a la Ermita. ¿Se te ha olvidado que Don Serafín no nos deja hacer la Primera Comunión si no vamos todas las tardes a las Flores? - A esa hora ya estamos apañadas, además, para mí es la Segunda Comunión -dijo Rosario con guasa. Y es que Rosario ya había comulgado por primera vez el año anterior, pero al cambiar de cura pensó en tomar el Sacramento otra vez y así desayunar gratis, como se estilaba, ya que invitaban a los niños que hacían la Primera Comunión a chocolate con buñuelos, lujo que no podía permitirse en su humilde hogar.         Aquella mañana del 3 de mayo, después de llenar los cántaros de agua, hacer las camas, limpiar los orinales y fregar, rodillas en tierra, los suelos de cemento pulido de sus respectivas cuevas, se dedicaron a fabricar su particular Cruz. Para ello cogieron una rama de un almendro tierno que crecía libre a la orilla del barr...

Fábula de la mula vieja

       Había una vez un campesino que trabajaba su tierra con la ayuda de una vieja mula torda a la que llamaba Morena. Llevaba con él desde hacía más de dos décadas y se conocían tan bien el uno al otro, que la mula no necesitaba escuchar órdenes para realizar las tareas que se esperaba de ella, a pesar de que algunos achaques estaban haciendo ya su aparición.        Cierto día, en la feria de ganado, el campesino quedó prendado de una yegua blanca que hacía las delicias de todos los presentes, y tanto se empeñó, que dejándose todos sus ahorros, consiguió el preciado animal. Cuando llegó a su casa, embriagado de vino y de orgullo, dejó a su nueva adquisición en la cuadra que hasta el momento ocupara Morena y a la mula la sacó a la calle, al lado del almiar. Por suerte, esa noche el tiempo fue propicio, pero el veterano animal no entendía aquel cambio, creyendo que sería sólo cosa de esa velada. ¡Cuán equivocada estaba!        ...

NOCHEBUENA EN LAS CUEVAS

          A pesar del cielo azul sin mancha alguna, hacía una rasca que pelaba. En la umbría, el cubo de lata del pozo tenía en su superficie una fina capa de hielo que aún no se había fundido. Era el momento de darle muerte al pollo, el más hermoso del corral, que picoteaba el suelo, pobre inocente, sin saber que iba a servir de cena a la familia que lo había cebado. A mediodía le llegó su triste hora.         Las mujeres de la casa se afanaban en preparar la comida y cena de Nochebuena, mientras los chiquillos, jugaban al escondite, a bote o a quemar palillos en el brasero de picón, que se estaba encendiendo en la placeta. - ¡Dejad la lumbre, que os vais a mear en la cama!         Anocheció pronto. Frente a la televisión en blanco y negro estaba sentada toda la familia: el matrimonio, cuatro niños y la abuela. La cena tenía como único y principal plato el pollo bien frito con ajos, que duró un suspiro. Los platos quedaro...

LA MATANZA

        Llegó como cada año llega, el mes de diciembre, y con él, la matanza. Ese berenjenal en que se metían las familias pobres para abastecerse de proteinas los siguientes doce meses. El día de la Purísima estaba marcado más que en rojo en el almanaque de la Caja General de Ahorros, que, colgado de una alcayata detrás de la puerta, contenía ya la última hoja. Igual que estaba grabado a fuego en la masa gris del cerebro que para ese día de la Inmaculada Concepción, los cochinos cuidados y engordados durante meses en la marranera, pasarían a mejor vida.          Todo estaba preparado para la misión: los ajos pelados, el pan y los pimientos tostados, las especias listas, las tripas en agua y la cebolla, ¡ay, la cebolla!, que daba más trabajo que la matanza entera. Pelarla, picarla, cocerla, escurrirla... Esa conjunción de olores nos llegaba desde que salíamos del colegio. En la mayoría de las casas hasta llegar a la Ermita Nueva y más allá, h...

SOY MÁS DE LAS CUEVAS

  Soy más de las Cuevas que los cerros de arcilla, que los botijos de barro y la María la Trilla. Soy más de las Cuevas, que la tienda de Pepe, que los gatos al sol y los caballos del Huete. Soy más de las Cuevas que el vino del Cantuzo, que la ropa tendida y que las viejas de luto. Soy más de las Cuevas que la Cañá de los Gitanos, que los Lavaderos y las macetas de geranios.  Soy más de las Cuevas que agua de los cántaros, que el Cerro de la Bala y los delantales de cuadros. Soy más de las Cuevas que el bar del Perlas, que las gorras de pana y los higos y brevas. Soy más de las Cuevas que los cables por medio, que la Cañada los Perales y el Barranco del Armero. Soy más de las Cuevas que las Cuatro Veredas, las peliblancas saladas y la Virgen de Fátima. Soy más de las Cuevas que el Cerro de la Escalera, que los Bailes de Rifa y que San Pedro Poveda. Soy más de las Cuevas que las Teresianas, que el Niño de la Bola y la Señora de Gracia

EL CURA DE LAS CUEVAS (1968)

 El CURA DE LAS CUEVAS (1968)         Era tiempo de canícula. A esas horas de la tarde, cuando el sol estaba más próximo a la vertical que al horizonte, pocos seres andantes osaban salir de sus respectivas viviendas salvo extrema necesidad. Por las Cuevas de Guadix no se veía un alma, a excepción de un punto negro que se movía con cierta rapidez por uno de los cerros de la zona. Tal punto oscuro no era otra cosa que don Rafael Varón, el cura de las Cuevas, que con su sempiterna sotana recorría cañadas y veredas ejerciendo fielmente su ministerio.         No le estorbaba nunca ni el frío ni el calor. La lluvia y la nieve le alegraban el espíritu.  Pero el viento era otro cantar, pues cuando soplaba levante fuerte, se encomendaba a la Virgen de la Cabeza, patrona de su Alcudia natal, para que lo librara del dolor de testa que siempre se le presentaba en estos días.         Hoy se enfrentaba a cuarenta grados a la sombra...

EL OLIVO Y LA PALMERA

        Había una vez un olivo que vivía tan feliz en el lugar más privilegiado de una finca. Lo habían plantado justo en el centro de la placeta hacía más de un siglo en lo que antes fuera una alfarería. En su larga existencia había vivido bastantes sequías, nevadas extraordinarias que cubrieron su áspero tronco de fría nieve, vientos huracanados, plagas y un par de guerras. Perdió varias ramas, muchos frutos en años malos y a punto estuvo de desaparecer. Pero con el cuidado de sus sucesivos amos, siguió creciendo feliz y contento.         Cierto día, la tierra que lo rodeaba y cubría comenzó a temblar. Nunca había sentido un azadón tan cerca. Pensaba que era el final. Cúal sería su sorpresa al descubrir que a su lado habían plantado una palmera. - ¿Qué demonios haces tú aquí? -preguntó el viejo olivo- Esta es mi tierra desde tiempos inmemorales, no va a venir una forastera a quitármela. - A mí no me culpes, yo estaba tan a gusto al lado de la pl...