CUENTO DE NAVIDAD
Odiaba la Navidad. No podía remediarlo.
Desde que en la mesa quedaban huecos vacíos, no soportaba estas fechas.
Se había blindado ante el gran despliegue de luces navideñas, felicitaciones forzadas o forzosas y consumismo sin fin.
Evitaba las comidas de empresa, el amigo invisible y demás chorradas que tanto gustaban a los demás.
Aquella mañana, mientras buscaba en una caja un libro que recordaba haber guardado hacía tiempo, sus manos tropezaron con una pandereta.
Era roja, de plástico, con los dibujos casi borrados y le faltaban un par de chapillas. Algo se le removió por dentro.
Recordó que esa pandereta formaba parte de un juego de tres de distintos colores y tamaños que su madre les compró cuando eran pequeños; una para cada hijo.
Aquella Nochebuena, alrededor de la mesa de camilla, su padre rasgueaba la guitarra, su madre daba con la cuchara en la botella de anís del Mono y ellos golpeaban su panderetas nuevas mientras coreaban "Los peces en el río”.
Sus padres también habían perdido a sus seres queridos pero no la ilusión.
Secándose las lágrimas se propuso seguir su ejemplo; buscó la caja donde estaban las cintas de espumillón brillante y las bolas de colores y se dispuso a adornar la casa como si no hubiera un mañana. Y es que realmente no lo había, solo el presente.
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