DE MÉDICOS A LA CAPITAL
Todavía no había despuntado el día cuando bajaba la mujer a coger el autobús que la llevaría a la capital.
Las cocheras de la Autedia estaban frente al bar del Parque, siempre tan concurrido y a esas horas no se veía ni un alma.
Quizás alguna que otra persona que se dirigía al mismo lugar que ella.
El vaho se escapaba a través de la bufanda de lana que apenas la protegía del gran hielo negro que estaba cayendo.
Aún faltaba media hora larga para que saliera el autobús pero prefería esperar a perderlo. Revisó el bolso con manos temblorosas para asegurarse que llevaba el volante del médico, el monedero y la toalla pequeña por si se presentaba cualquier imprevisto.
"Al que madruga, Dios le ayuda", pensó cuando fue de las primeras en subirse y poder sentase en uno de los asientos de la primera fila, justo debajo del portaequipajes de red donde estaban las bolsas de plástico, necesarias en caso de mareo. Confiaba en que la pastilla de Biodramina que estaba en su vacío estómago hiciera efecto y no las tuviera que usar.
Ya era medio día cuando realizaba el camino de vuelta. El médico tardó poco en despacharla, el tiempo justo para citarla al mes siguiente para la intervención y tuvo tiempo para tomarse un café con leche y un brazo de gitano en la cafetería cercana a Ruiz de Alda y de comprarle una naranja y un limón de caramelos a sus niños, cumpliendo de esta forma la promesa que les hizo por la noche de traerles algo de “Graná”.
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